Todos los ayeres son mañana

El hombre vio en el espejo su mirada, y se rascó la calma. Era hora de saltar a la ventana por la calle. Allí lo mismo era todo. Su cerebro ya le estaba afectando el desespero. Un mosquito espantaba mujeres por miedo a ser aplastado. Un vendedor de tiempo contaba las horas que había pasado sin vender. El hombre alargó la calle bajo sus pasos. El destino era el momento de la cita. Con calma fatal, desesperó su alegría. Entonces la copuló con la mirada. El vestido rojo embarazó la tarde. En la banca del parque, las palomas despertaban el sueño. Los ruidos llenos de ciudad le salían por los oídos. La ilusión era una ella que se desvanecía. Entró en su casa y destrancó la puerta. La poesía abrió un libro y la pluma que caía soñó una vida. "Todos los ayeres son mañana", pensó, devolviendo al libro sus palabras.

 

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